Mientras escuchaba las noticias sobre un apuñalamiento masivo -que ha dejado tres niños muertos y ocho niños y dos adultos heridos en el hospital, tras asistir a un taller de baile de Taylor Swift- en Southport, al noroeste de Inglaterra, me sentí entumecida. ¿Cómo es posible que tres niños hayan ido una mañana a un campamento de baile y nunca vuelvan a casa? Parece insondable, desgarrador y el dolor de tantos es completamente abrumador. Tampoco puedo dejar de pensar en todos los demás niños asistentes, y en los de la comunidad local, que quizá no perdieron la vida el lunes, pero que sin duda perdieron parte de su infancia ese día.
La noticia me afecta mucho, no sólo como madre de un niño de ocho años y otro de seis, ambos inscritos en campamentos durante el verano para que yo pueda trabajar, sino también como antigua profesora de danza que dirigió clases y campamentos durante diez años. Echando la vista atrás, recuerdo todas las evaluaciones de riesgos que se hacían en las salas que alquilábamos. Mirando las salidas de incendios, asegurándome de que los niños no podían salir corriendo del edificio, botiquines de primeros auxilios y bolsas de hielo en las manos, asegurándome meticulosamente de que todos los formularios médicos estaban rellenados y la información de contacto de emergencia accesible. Los padres envían a sus hijos a los campamentos no sólo para que se diviertan o aprendan algo, sino para que sepan dónde están y que están seguros. Como responsable de esos campamentos, tienes el deber de hacer todo lo posible para que confíen en ti. Sé que esos profesores también habrían hecho todo lo anterior, y sin embargo ambos se encuentran actualmente en estado crítico en el hospital tras un incidente que habría sido inconcebible antes del lunes. Y se me vuelve a romper el corazón.
Para cualquiera que enseñe a los jóvenes puede ser un negocio, pero es mucho más que eso, es una pasión y la creencia de que puedes beneficiar a los niños y a las comunidades locales. Es entender que estás dando a los jóvenes un espacio seguro para ser ellos mismos, para ser felices, para ser libres. No puedo expresar con palabras lo cruel que es esto. Nunca podré quitarme de la cabeza las imágenes de esas tres preciosas niñas y la abrumadora sensación de que, de alguna manera, les hemos fallado.
Mientras escuchaba las noticias sobre un apuñalamiento masivo -que ha dejado tres niños muertos y ocho niños y dos adultos heridos en el hospital, tras asistir a un taller de baile de Taylor Swift- en Southport, al noroeste de Inglaterra, me sentí entumecida. ¿Cómo es posible que tres niños hayan ido una mañana a un campamento de baile y nunca vuelvan a casa? Parece insondable, desgarrador y el dolor de tantos es completamente abrumador. Tampoco puedo dejar de pensar en todos los demás niños asistentes, y en los de la comunidad local, que quizá no perdieron la vida el lunes, pero que sin duda perdieron parte de su infancia ese día.
La noticia me afecta mucho, no sólo como madre de un niño de ocho años y otro de seis, ambos inscritos en campamentos durante el verano para que yo pueda trabajar, sino también como antigua profesora de danza que dirigió clases y campamentos durante diez años. Echando la vista atrás, recuerdo todas las evaluaciones de riesgos que se hacían en las salas que alquilábamos. Mirando las salidas de incendios, asegurándome de que los niños no podían salir corriendo del edificio, botiquines de primeros auxilios y bolsas de hielo en las manos, asegurándome meticulosamente de que todos los formularios médicos estaban rellenados y la información de contacto de emergencia accesible. Los padres envían a sus hijos a los campamentos no sólo para que se diviertan o aprendan algo, sino para que sepan dónde están y que están seguros. Como responsable de esos campamentos, tienes el deber de hacer todo lo posible para que confíen en ti. Sé que esos profesores también habrían hecho todo lo anterior, y sin embargo ambos se encuentran actualmente en estado crítico en el hospital tras un incidente que habría sido inconcebible antes del lunes. Y se me vuelve a romper el corazón.
Para cualquiera que enseñe a los jóvenes puede ser un negocio, pero es mucho más que eso, es una pasión y la creencia de que puedes beneficiar a los niños y a las comunidades locales. Es entender que estás dando a los jóvenes un espacio seguro para ser ellos mismos, para ser felices, para ser libres. No puedo expresar con palabras lo cruel que es esto. Nunca podré quitarme de la cabeza las imágenes de esas tres preciosas niñas y la abrumadora sensación de que, de alguna manera, les hemos fallado.
Mi hija entró en la habitación cuando las noticias anunciaban la respuesta de Taylor Swift al incidente, demostrando una vez más que es pura clase y confirmando mi recién descubierta condición de Swiftie, sus orejas se aguzaron inmediatamente al mencionar a su ídolo y preguntó: «¿De qué va eso?». Apagué el televisor al instante e intenté ignorar la pregunta y la pesadez que sentía en el pecho. ¿Cómo podría explicárselo? Como padre, lo único que quieres es proteger a tus hijos de las duras realidades de la vida, quieres que sigan siendo inocentes el mayor tiempo posible. No me malinterpreten, estoy a favor de ser honesto y sincero cuando se trata de hablar con los hijos, pero ¿esto? No me entra en la cabeza, así que cómo iba a poder hacerlo ella. Fue entonces cuando me di cuenta de que si yo no encontraba las palabras adecuadas, probablemente habría cientos, si no miles, de padres pensando lo mismo. Sinceramente, no se pueden apagar las noticias muchas veces. Especialmente en los días de las redes sociales, donde nuestros hijos, o sus amigos, pueden estar expuestos a información sin que lo sepamos, no es plan.
PS, There’s MorePS, There’s More